30/03/2011

Banderas del mundo a bordo de Tara


© A.Deniaud/Tara Expéditions
Trayectorias cruzadas
Si Leila Tirichine, investigadora embarcada, y Lee Karp- Boss, científica en jefe, tuvieran que izar su bandera nacional, les resultaría difícil elegir una sola. Al igual que en Tara, izarían la bandera de su país de origen y otra más en honor a su país huésped. Y guardarían en un baúl las demás banderas de los países donde vivieron.
Jerusalén, 1964.  Lee nace dieciséis años después del nacimiento de Israel. Al igual que su gente, sus orígenes son variados. En sus venas hay sangre rusa, húngara e yugoslava. Pese a las amenazas que ciernen la ciudad santa Lee pasa una infancia y juventud tranquilas en el barrio de Katamon cerca del centro de Jerusalén. En temporada de vacaciones, la joven y su familia salen de la capital rumbo al Golfo de Aqaba en el Sinaí. Con máscara y snorkel, Lee explora las maravillas del arrecife de coral del Golfo de Aqaba. De estos fondos marinos nace  probablemente su pasión por la oceanografía.
Ghardaia, 1970. Leila nace ocho años después de la independencia de Argelia, en el sur del país, a las puertas del Sáhara. Sus padres son de nacionalidad argelina y francesa, pero ante todo son del pueblo bereber. Leila pasa su infancia rodeada de dunas y oasis. A los seis años, la niña inicia  una colección de escorpiones. ¿Sería el comienzo de una pasión por las ciencias naturales?  “Me fascinaban los escorpiones. Le pedía a mi abuela atraparlos y luego los ponía en un frasco con etanol. Años más tarde le di toda mi colección al Departamento de Zoología, del Instituto de Agronomía de Argel." A los siete años Leila deja las dunas de Ghardaia para las playas de la capital.
Dieciocho años. Un bachillerato científico en el bolsillo, la joven argelina pasa las puertas de la Escuela de Agronomía de Argel. Para la joven israelí ha llegado el momento de cumplir con sus obligaciones de ciudadana. Antes de comenzar su servicio militar, Lee se enlista en un voluntariado de un año en una ciudad desfavorecida del país. Por la mañana se dedica a la educación de los niños, por la tarde a los proyectos de desarrollo de la ciudad. Tras su postulación, Lee esta asignada por el servicio militar a una posición de guía cultural. Su misión: viajar por el país con los soldados para enseñarles la historia, la geografía y la cultura de este  país que sirven. “Tuve seis meses de entrenamiento antes de empezar, con destacados  arqueólogos, historiadores y geógrafos de Israel. Era apasionante”. Después de dos años y medio de servicio, la joven viaja unos meses a Noruega e Inglaterra. De vuelta en su ciudad natal, Lee se matricula en la universidad de biología de Jerusalén.
Seattle, 1991. Para explorar nuevos horizontes en el mundo de la oceanografía, Lee y su marido, también oceanógrafo, dejan Israel y se establecen en los Estados Unidos para hacer su doctorado. "Los primeros meses fueron difíciles. Había aprendido  inglés en la escuela pero me costaba seguir los cursos en la universidad. Y en la vida cotidiana sentía que había perdido mi sentido del humor porque tenía problemas para entender los chistes”. Lee va rápidamente, muy rápidamente, progresar en inglés. Día tras día, se siente más cómodo en su país de acogida. En la Universidad de Washington, la joven investigadora intenta desentrañar los misterios de la vida de los microorganismos en este medio viscoso que es el océano.
Toulouse, 1994. Por concurso nacional, Leila gana una beca para estudiar en Francia. Después de un diploma de agronomía avanzada en biotecnologías vegetales en Toulouse, ella sigue con un DEA en Rennes, y vuelve luego a Toulouse para iniciar un doctorado en biología molecular y celular vegetal. Leila aprovecha esos años de estudios en Francia para recorrer el país, y sorprendentemente, esta "hija del desierto" ama por encima de todo a las montañas, el ski y la nieve.
Mientras Lee se muda de estado en EE.UU. para lanzarse en un post-doctorado sobre "la dinámica del carbono orgánico en el “upwelling”, Leila, después de su tesis, integra el laboratorio de Jens Stougaard en Dinamarca. "Recuerdo muy bien mi llegada a Dinamarca, fue un día de tormenta, con vientos de más de 150 km/h. Acababa de cubrir Toulouse - Aarhus con mi Opel Corsa”. Para Leila, el épico viaje marca el comienzo de seis años daneses ricos en encuentros humanos y apasionantes descubrimientos científicos. Con su equipo, identifican los genes mutantes que pueden nodular sin la presencia de bacterias. A raíz de este descubrimiento el laboratorio presentara dos patentes.
Maine, 2002. Después de cuatro años en Oregón, Lee se muda con su familia en Maine donde se gana un lugar como investigadora en la universidad. El país que ella escogió para estudiar parece querer adoptarla definitivamente.
París,  2009. Desde hace tres años, Leila ha fijado su residencia en París para vivir junto a su marido. El año del nacimiento de su hijo, la investigadora postula por concurso al CNRS para integrar el Laboratorio de Biología Marina en la ENS de París, dirigido por Chris Bowler. Como coordinador de la expedición, Chris Bowler habla a su nuevo recluta del proyecto Tara Oceans. "Sería bueno que embarques en Tara. Vas a ver, ¡será una maravillosa experiencia que marcará tu vida! Recién inmersa en el mundo de la biología marina, Leila no se siente lista todavía en este periodo, a pesar de todo su interés en el proyecto y del apoyo de su marido también apasionado por la ciencia.
Niza,  2009. Durante una conferencia de oceanógrafos, Lee Karp-Boss se topa con Gaby Gorsky, también coordinador de Tara Oceans, quien le explica el proyecto. "Como anécdota, yo ya conocía a Gaby. Cuando yo tenía diez años en Israel, el me daba clases de natación”. Aficionada a la vela, Lee se entusiasma de inmediato para esta expedición.
Océano Pacífico Sur, 2011. En el marco de la expedición científica Tara Oceans, las trayectorias de Lee y Leila se juntan en medio del desierto oceánico Pacífico Sur. ¿Quién hubiera pensado que la hija del Sahara adoptada por Francia navegara junto a la hija de la ciudad santa hecha americana? A bordo, esta reunión no es realmente tan sorprendente. Aquí, la ciencia parece ser un mundo sin fronteras, sin bandera.
La historia de estas trayectorias cruzadas no se detendrá allí; Las dos investigadoras planean volver a reunirse para cooperar.
Anna Deniaud