09/03/2012

Camino a Lorient


Alain Giese. V.Hilaire/Tara Expéditions

Podría ser el título de una canción de marinero, de las que se cantan en los bares, de Ámsterdam a Valparaíso. Pero no. Es simplemente el anuncio del regreso este 31 de marzo del año de gracia 2012. Tara entrará en el puerto de Lorient después de dos años y medio de expedición científica alrededor del mundo.

Yibuti, 13 de febrero 2010. El muelle está completamente en ruinas, huele a orina de camello. La "ballena" está ahí. Junto a un gran 4x4, con un tipo hablando alemán que intenta cargar cajas sacadas del barco. Tiro la mochila y le doy una mano. No entiendo nada de lo que dice, pero su apretón de mano una vez las cajas cargadas me dice que él ha apreciado la ayuda. Sudado, subo la pasarela. Un tipo alto me cae encima: "¡Vaya! eres Alain! ¡Acomódate rápido que tengo trabajo para ti! Soy Hervé, el capitán. De hecho, zarpamos mañana por la mañana temprano”. El escenario está listo. Desde entonces, he aprendido lo que significa trabajar con el viking.

Los 45 nudos en contra nada más al salir de Yibuti me ayudan a entender que la ballena no es un animal fácil. Sin embargo, mi estómago resiste. El de los demás, no tanto. Los años pasados en remolcadores sirven de algo. Eso me gana unas marcas de aprecio. Luego, el océano Índico, el sol que pega sin piedad, el calor sofocante. Este barco aparentemente esta previsto para latitudes más septentrionales. Veremos pues. Cada día su cruz.

Las noches estrelladas, el temor a los piratas, Omán, Abu Dhabi, las puertas de la India. Bombay será el fin del viaje. Dos meses a bordo. Sólo un aperitivo de la aventura. Sólo el tiempo suficiente para conocer unas cuantas caras, para empaparse de este fantástico proyecto.

Luego viene la Antártida, una historia de otro calado. Me las arreglo para animar mi antiguo mecánico en los remolcadores a que se junte el también a la aventura. François es un tipo en oro. 22 años de sudor frío en las tormentas de la Mancha. Un tipo que te sigue al fin del mundo sin fallar.

Enero en Ushuaia, Puerto Williams, la bajada a la base del mundo, un universo de hielo donde, en esta temporada, no hay noche. Los icebergs tabulares, las tormentas, el mar de Weddell, unos lugares donde nadie va. El viento que se levanta, el tempano de hielo que se rompe a la derecha, o tal vez a la izquierda. Debemos encontrar la salida. De repente, el mar se abre. Este mar peligroso y cruel nos echa como trapos sucios. En Deception Island levantamos el ancla pero se atorra el cabestrante. El viento sopla, el ancla se desliza, el barco deriva, hay que desarmar la rueda dentada. Hervé se luce para que no encallemos en la playa. Peleamos 3 horas, los dientes apretados, los dos callados en el esfuerzo, como en los viejos buenos tiempos de las tormentas del Mar del Norte. El ancla finalmente regresa a bordo y abandonamos este lugar extraño.

Pasado el Drake, es el regreso a la civilización. Doblar el Cabo de Hornos con una copa de champaña en mano. Neptuno es misericordioso aquel día. Luego vienen los canales de la Patagonia y el zigzagueo en las zanjas estrechas de estos laberintos. Paisajes grandiosos al pie de los glaciares, la puerta de salida de Puerto Montt. Para Tara, empieza la aventura del Pacífico. Para mí, Valparaíso es el final del viaje, un puerto mítico donde los grandes veleros que pasaban el Hornos llegaban por decenas a cargar cobre y guano.

San Diego, el 26 de octubre de 2011. Repito la cosa y vuelvo con placer a convivir con una tripulación conocida. Cambiamos el motor. François sigue ahí y dirige esta tarea delicada. El tipo es hábil y el motor encaja al centímetro en su espacio.

Un mes de trabajo, un mes para volver a darle brillo a este largo fuselaje. Luego, rumbo a Panamá. El Pacífico queda atrás, con sus islas encantadas, la magia de las Marquesas, las Gambier, la laguna de Fakarava. A lo largo de las 3700 millas por delante nos esperan algunas islas salvajes. Clipperton, Isla del Coco, un antiguo escondite de piratas y hoy en día un fabuloso sitio de buceo.

El Canal de Panamá, el Blue Hole, la costa cubana, Fidel Castro y sus cigarros están a unas treinta millas. Tres pequeñas vueltas y estamos de regreso en el Atlántico. Nueva York, este recuerdo permanecerá. Pasar debajo del Verrazano, pleno sol.

Se perfila Manhattan, el puente de Brooklyn, aterrizamos no muy lejos de Ground Zero. Fluyen los días como agua entre dedos. El Secretario General de las Naciones Unidas, uno de los hombres más influyentes del mundo, embarca en Tara para una pequeña vuelta en el Hudson river. Noche de despedida en el gimnasio de Chelsea. Una noche para agnès b., algo ecléctica, justo al lado del barco. Vemos la gente bailar por nuestras ventanas. El zarpe, el frio que pica duro, y Nueva York ya es sólo un recuerdo.

De nuevo el mar, los turnos, la vida a bordo. La ballena sube aún más hacia el este. Los días pasan. Un pronóstico de ráfaga de viento acelera nuestra llegada a las Bermudas. Me quedan solo unos pocos días. Y luego dejaré la gente y seré parte de los que desembarcan, parte del eslabón débil. Un poco como el día en que dejé los remolcadores: "¿Ya?" Corre el reloj inexorablemente. Debo renunciar a los turnos pasados al cabestrante, izando redes o sumergiendo la roseta a mil metros.

Dejaré Baptiste, Loïc, François, Céline, Sarah, Vincent, Julien. Todas estas personas que amo, todo este calor humano, esta vida, estas amistades. ¡Nos vemos en Lorient!

¡Que les vaya bien!

Alain Giese, segundo oficial en Tara