09/08/2013

El archipiélago de Franciso José



Nortbrook Island, su del archipiélago  Francisco José. A.Deniaud / Tara Expéditions

Tierra en el horizonte. El archipiélago cumple con sus promesas. El paisaje es majestuoso. Bajo un sol tímido, unos imponentes glaciares caen en un mar helado. La temperatura se ha vuelto negativa, agravada por un viento mordaz. Tara zigzaguea entre esculturas de hielo. El Ártico redobla  de esplendor al desplegar unos icebergs de hasta cinco metros de altura. Cautelosa pero segura, la goleta se adentra en el archipiélago, y milla tras milla, la perla del Ártico se luce aun más.

Después de bordear los acantilados de hielo de Nortbruk Island, Tara ha hecho ruta hacia el legendario  Cabo Flora,  punto de partida de las expediciones al Polo Norte y ultima morada de numerosos  exploradores. Es casi medianoche cuando surge una colina verde en medio de la niebla. También vemos unas siluetas humanas. Equipados con teodolitos, unos hombres parecen trabajar en un nuevo mapeo de la isla. Divisamos su campamento, pero la casa de Jackson ha desaparecido del paisaje.

Jackson es el  explorador Inglés, quien, a finales del siglo 19, ha pasado varios inviernos en el cabo Flora. El se había vestido formalmente de traje para dar la bienvenida a Nansen y Johannsen después de su fallido intento de expedición al Polo Norte. Estamos tratando de comunicarnos con los hombres en  tierra, por gestos y radio, pero en vano.  Hoy, tampoco Jackson nos saludará. Observamos un rato unos uria, o araos, encaramados en un iceberg, antes de seguir con nuestra progresión hacia la isla de Alexandra. Militares y guardianes del parque natural nos están esperando.

Una fina lluvia y una espesa niebla bañan la tierra y los glaciares que nos rodean. Unos tanques oxidados emergen de la oscuridad de la costa. Tara fondea en un ansa por cuarenta y ocho horas. Nos reportamos por radio a las autoridades. Veinte minutos más tarde, un camión militar nos espera en la orilla, con  luces encendidas para indicar su presencia. Extraña sensación. Después de las presentaciones, el camión se transforma en un autobús turístico. Sergei  nos traduce las explicaciones de nuestro guía, el responsable del parque natural.

Primera parada en la base de Nagurskaya. En unos edificios de lamina color azul, se esconde un jardín artificial: falsa hierba, árboles de plástico, fuente iluminada y un acuario con peces exóticos. Una mesa de billar, un futbolín, una pantalla gigante y juegos para niños. Algo evocador de entretenimiento para aligerar la pesadez del invierno, del frío, de la falta de sol. En camión sobre la pista lodosa, descubrimos luego el resto de la isla. A pesar de los grandes esfuerzos de limpieza realizados desde la creación del parque, subsisten restos de vehículos militares y antenas oxidadas en este paisaje lunar. Pero la naturaleza sigue viva: según nos cuentan  los guías, dos osas y sus crías merodean  en la cercanía.

Llegamos a la antigua base científica de Sergei. Una casa en el medio de la nada, con vista al lago y al mar. Más de veinte años después de su última misión aquí, el investigador vuelve a encontrar sus viejos instrumentos, abandonados al aire libre. Entusiasmo y nostalgia a la vez: "Con una pequeña reparación, el cabrestante trabajaría otra vez".
Por fin, el sol se digna en aparecer, iluminando los glaciares y los mástiles de Tara. La visita ha sido  breve, pero nos da una tonada de la aventura que apenas comienza.

Anna  Deniaud Garcia

* Teodolito: instrumento de agrimensura para medir ángulos horizontales y verticales.