11/08/2013

La joya del Ártico


Lenticulares. Anna Deniaud/Tara Expéditions
No habíamos visto nada, o casi. En nuestro primer encuentro, tal vez por pudor, Francisco José había ocultado su belleza bajo un velo de neblina. La base Nagurskaya, en isla Alexandra, sede del parque, era solamente un aspecto formal, como la certificación del valor de la joya. Había que simpatizar con los guarda-parques para que se abran las puertas de un mundo impresionante. Sale el sol y de una vez empieza a brillar la joya del Ártico, con sus majestuosos glaciares, osos polares y cielos sublimes.
 
Todo comienza con un ingenioso vehículo, mitad 4x4, mitad zodiac. Uno de los guarda-parques de la base de Nagurskaya nos invita a continuar en el mar el descubrimiento de la isla Alexandra.  Después de recorrer un camino rocoso, el vehículo se tira al agua. Rebasamos dos icebergs, un rayo de sol atraviesa la espesa nube e inunda generosamente el acantilado de un glaciar. Aumenta la velocidad y el frio nos entumece.

Poco a poco, el glaciar se desvela, con un cantil de unos cien metros de altura. Nos sentimos algo ridículos al pie de la majestuosidad de esta obra de la naturaleza. ¿Cuántos años habrán sido necesarios para crear este monumento de hielo? Los glaciares nacen de la acumulación de cristales de nieve. Por el contacto con el agua de mar, la radiación solar y las tensiones mecánicas de hielo, se producen luego unas grietas, liberando así unos enormes bloques de hielo: los icebergs. El espectáculo es grandioso, de una belleza casi indescriptible.

Por la mañana, Tara sale de la isla de Alexandra para coquetear con las islas vecinas. Una vez más, el sol tarda en salir. Bordeando los glaciares, divisamos un primer oso polar paseando por una cresta. Pese a su gran tamaño, el animal es sólo un pequeño punto amarillento en el centro de una inmensidad blanca. La piel del oso tiene este tinte amarillento por las algas microscópicas en pequeñas burbujas que se quedan en su pelaje.

Al mediodía, el sol sale finalmente, dando a los bloques de hielo flotante unos matices de diamantes. Tara juega a las escondidas con las formas efímeras de los icebergs. Arte cubista o estilo barroco, se mezclan los géneros en esta exposición marítima. El cielo despliega sus lenticulares, estas nubes blancas de forma oval que salpican el telón azul, la tierra exhibe columnas de basalto, unos prismas verticales formados por el enfriamiento de lava.

Aparece otro oso, tranquilo. Si el maestro del Ártico suele vivir en el hielo, cada vez más al norte debido al calentamiento global, no es raro encontrarlo en la tierra firme de esta región, ya que las islas Francisco José son su territorio de invernada y reproducción. Después de un largo tiempo con las patas en el agua, el animal se tira al mar en busca de un nuevo territorio de caza.
Reanudamos también nuestro viaje, en busca de un nuevo territorio a explorar, igualmente encantador.

Anna Deniaud Garcia

Bibliografía: Animales de los polos, por Fabrice Genevois; Los polos en cuestión, por Remy Marion