01/11/2013

Estrecho de Belle Isle


Julius Lukes, biólogo. V.Hilaire/Tara Expéditions

Desde el jueves, progresamos con motor a lo largo de las costas canadienses. Tras el episodio de viento en los últimos días, los catorce a bordo aprecian la relativa calma de estas aguas protegidas por la isla de Terranova. Sera una pausa breve ya que se pronostica un nuevo vendaval. Tara se quedara  entonces anclado a resguardo unas cuarenta y ocho horas.
 
Después de una esplendida puesta del sol sobre Belle-Isle, la primera tierra avistada después del Mar de Labrador, embocamos el estrecho de noche. A eso de medianoche la nieve caía en borrascas, y el amanecer nos ha traído el baroco encanto de una cubierta congelada, llena de un espeso polvo blanco. El espectáculo y los gestos nos traen los recuerdos de la deriva ártica de Tara, las tareas colectivas de remoción de nieve, pisando la banquisa alrededor del casco tras días de tormenta.

Julius Lukes, nuestro simpático biólogo checo, pala en mano, se esmera en liberar los winchs de proa de su manto de nieve. Mi comparación con dos esqueletos protestando contra su labor le provoca una franca risa, manifestación tal vez del niño interior de cada uno que la nieve suele despertar.

Nos estamos percatando de la cercanía de una autopista marítima. El tráfico está aumentando a nuestro alrededor y, pronto, deberemos respetar las reglas de los rieles de navegación que rigen en el Saint-Laurent de aquí a Quebec.

Mientras, los científicos están empezando a guardar los dispositivos de inmersión, después de 156 inmersiones de la roseta, 55 estaciones de muestreo, y miles de nuevas muestras que permitirán caracterizar los ecosistemas del Ártico.

Vincent Hilaire