26/06/2015

Tara entra en e-Sena





Después de doblar el Raz Blanchard contra las corrientes, escoltado por escuadrillas de alcatraces comunes, Tara pernocta en un extraño mar planchado, con el único suceso del encuentro entre la proa y una nasa de pescador. El amanecer es un levantar de telón, la desembocadura del Sena todavía ahogada en la neblina. Tara se hace pequeño al cruzar petroleros de 110 metros en la boca del puerto del comercio. El alba en Le Havre cobra matices de estampa. Al encuentro entre mar y río, la corriente arrecia hasta alcanzar 2,5 nudos; Therese y Brigitte, nuestros dos motores, deben  correr a 1200 revoluciones para ganar la lucha.

Al adentrarnos en el embudo del río, resulta irresistible subir al mástil para contemplar la línea del puente de Normandía. Tres de los pasantes de la base parisina de Tara, embarcadas en Roscoff, se turnan en las barras  altas del mástil para disfrutar del espectáculo, colgadas a 25 metros de altura. El azul marino se hace verde tierno, los cantiles de Cotantin dejan lugar a relieves calcáreos. Un telón de fondo bucólico para el placer de nuestro casco de aluminio deslizándose en agua dulce. Progresamos hacia Rouen, queriendo respetar el horario de paso debajo del puente Gustave Flaubert, previsto antes de la noche. Los meandros del Sena favorecen los encuentros y saludos desde las riveras por ciclistas y peatones, quienes notan nuestra extraña diferencia de las barcazas.

Tara atracará en los muelles del centro-ciudad, mezclando sus dos mástiles anaranjados a los 100 campanarios erectos en el cielo de Rouen. La tripulación aprovechará el ocaso para explorar la ciudad antes de un día en el cual esperamos cientos de visitantes.

Pierre de Parscau