09/11/2016

Areas marinas protegidas, el mar en barbecho


Un "marae”, santuario sagrado en las alturas de Moorea © Pierre de Parscau / Fundación Tara Expeditions.
La preservación de áreas marinas no es un nuevo concepto en las Islas del Pacífico. Mucho antes de la llegada de los primeros exploradores europeos, al final del siglo XVI, la civilización polinesia había conceptualizado restricciones totales o parciales en determinados territorios: las zonas tabúes.
James Cook presentó por primera vez el término tapu, que luego pasó a ser taboo, y finalmente tabú, cuando regresó a Inglaterra de su primera expedición en el Pacífico a bordo del Endeavour. Si aun  designa una prohibición social, el tabú polinesio abarca una dimensión sagrada y política cuya transgresión podía ser penada con la muerte.

Esta noción de tabú está directamente vinculada al rahui, una restricción del consumo, o de la recolección, de los recursos vegetales o marinos,  en una zona determinada, decretada por el arii, el jefe de la comunidad.
Sería tentador asimilar esta práctica tradicional a una forma de "desarrollo sostenible", pero el primer objetivo del rahui parece haber sido la preservación de los lugares sagrados, como un homenaje a una persona fallecida o la reafirmación de una autoridad política. Esta prohibición podía afectar una parte limitada de la población y extenderse durante un año entero o más, por lo que los recursos marinos tenían tiempo para reconstruirse.

Según el antropólogo Alexander Juster, el rahui, por lo general, era decretado en previsión de la inauguración de un santuario o de un espacio de culto polinesio, el marae.  Hoy en día, encontramos vestigios de estas amplias explanadas de roca volcánica en las que se desarrollaban los antiguos cultos de las sociedades polinesias. De distintos tamaños, servían de enlace entre el mundo de los hombres y el de las deidades. Al final de las celebraciones, los alimentos recolectados en las zonas tabúes eran redistribuidos en la población local. El arii marcaba así su autoridad sobre la vida social y religiosa de la isla.
Una de las áreas marinas protegidas por el PGEM Moorea © Pierre de Parscau / Fundación Tara Expeditions.
Actualmente, numerosas  comunidades del Pacífico continúan reivindicando esta herencia de las zonas tabúes para preservar los recursos marinos amenazados por la sobrepesca. Pero la legislación para imponer las áreas marinas protegidas entra en oposición con la tradición del rahui: en donde la tradición tomaba un carácter sagrado e inviolable, las áreas marinas modernas requieren un control atento de las zonas costeras y la concienciación de los pescadores locales.

En la isla de Moorea, Lee y Maurice Rurua han dedicado una parte de su vida a la preservación de la laguna. Ambos crecieron en la costa y luchan, desde hace más de quince años, para imponer regulaciones sobre la pesca. En 2001, una draga de arena recogió el fondo de la laguna para levantar un muro de contención para la construcción de un hotel. Algunas manifestaciones más tarde, la población local logró parar los trabajos y los señores Rurua fundaron la Asociación PGEM (Plan de Gestión del Espacio Marítimo), que establece 8 áreas marinas protegidas alrededor de Moorea. Un número que evoca los ocho tentáculos del pulpo legendario enviado por los dioses a la isla para guiar a los hombres.

"Luego de diez años la situación ha mejorado", explica Lee Rurua. "Algunos peces que habían desaparecido han vuelto, hemos constatado una real evolución. Es cierto que el blanqueamiento del coral y el calentamiento climático crean otros problemas hoy en día, pero hemos mostrado el camino a otras comunidades que inician planes de gestión, tradicionales o más modernos”.
Bajo el efecto del crecimiento demográfico y la presión de las actividades humanas en los litorales de las islas, los isleños tienden a invocar la tradición de sus antepasados ​​para dejar en reposo ciertas zonas marítimas. Su éxito dependerá del frágil equilibrio entre las preocupaciones científicas y el poder de la costumbre, en algún lugar entre los dioses y los hombres.

Pierre de Parscau