08/11/2017

Yanaba island


Después de abandonar el sitio de estudio de la acidificación, nos adentramos más en el territorio de Papúa, navegando durante la noche hacia el noreste, hasta el atolón de Egum. Debemos someternos nuevamente a un recibimiento tradicional, la “costumbre”, que se lleva a cabo en la isla de Yanaba, en medio de chozas tradicionales sobre postes que miran hacia la laguna. Estas “costumbres”, que son indispensables para continuar nuestro muestreo, nos recuerdan la necesidad de tomarse el tiempo para escucharnos y hablarnos, unos a otros. Esta vez, nos tomará cuatro horas.
Llegamos temprano esta mañana en el pequeño y poco profundo desfiladero del atolón de Egum. Nicolas Bin, el segundo, sube en el mástil para señalar los arrecifes. Esta zona no ha sido hidrografiada todavía, no existen mapas náuticos. Anclamos frente al pueblo de la isla de Yanaba.
Una canoa con vela bien establecida, maniobrada con destreza, se acerca. Es el jefe tradicional, Andrew, un hombre maduro con mirada chispeante. Él nos invita a unirnos a su comunidad, después del servicio religioso dominical, para explicar nuestra visita al atolón.

A principios de tarde, Loïc, Vincent, Joern, Cristoph y, por supuesto, Alfred Yohang Ko'ou, nuestro observador científico  papú, y yo, aterrizamos en la playa.
Pasamos dos horas esperando a la sombra de la cabaña del jefe tribal,  que la comunidad se reúna junto a sus personeros: el jefe del consejo, el director de la escuela, el magistrado. Los niños aprovechan la espera para curiosear, preguntar, y así crear lazos de confianza.
Orador experimentado, tranquilo y relajado, Alfred puede entonces exponer los propósitos de Tara Pacific y el trabajo que proyectamos aquí.

Alrededor de 500 personas viven en autarquía en las dos islas habitadas del atolón. Ciento veinte niños asisten a la escuela. No hay enlaces regulares a las "grandes" islas cercanas. Dependen de sus canoas con pequeñas velas y cuerdas hechas de materiales totalmente naturales. Estos isleños son excelentes marineros. Para llegar a la capital de la provincia, Alotau, navegan durante dos días.
 El consejo delibera y nos permite tomar muestras de corales en sus aguas, después de negociar las tarifas de tal autorización.

Visitamos luego este pueblo muy bien ordenado y mantenido frente a la playa. En la escuela, ofrecemos algunos útiles y las revistas de Tara Junior a los maestros.
Las únicas dos chozas en ruinas cercanas son la clínica médica y la oficina de correos, cerradas desde hace diez años... ¿Dónde está el Estado?

Estas personas son tan cercanas, y tan aisladas a la vez; sin energía eléctrica, un panel solar y una batería de vez en cuando. Sin radiocomunicación, sin enlace satelital, sin internet. Un motor fuera de borda de 30 HP, que solo funciona en reversa, guardado bajo candado en una cabaña. Los plásticos (boyas, envases...) que trae el mar, se utilizan nuevamente para otros fines. Nada se pierde, todo se transforma.
Los últimos extranjeros en visitarlos fueron dos antropólogos australianos que pasaron dos meses con ellos, hace más de un año. Muy raras veces pasan barcos por aquí.
Sin embargo, los habitantes se atreven a esperar que, algún día, unos turistas los visiten y que así puedan crear algo de actividad económica.

Mi sensación es mixta: no puedo evitar pensar que estas personas viven en un pequeño paraíso. Pero las heridas agudas e infectadas que estos jóvenes nos muestran al pedirnos medicamentos, me  recuerdan la dura realidad.

Tan pronto como se otorga la autorización, Jon, Becky, Grace y los dos Guillaume, se lanzan, en avanzada, en uno de nuestros dos anexos, para ubicar el lugar de nuestro próximo muestreo.
Mañana, alrededor de las 5:30 zarparemos para acercarnos a esta nueva área de estudio.

Simon Rigal, capitán de Tara